La foto como documento es un mundo inexplorado con un lenguaje casi mágico. Los documentos se generan con una intención y sin embargo su uso es, en la mayoría de los casos, muy distinto al origen.
Las fotos ya no se guardan en viejas latas, cajas de cartón o álbumes de piel o plástico, sino que circulan por las redes sociales hasta invadir nuestra intimidad. Casi todos nosotros hemos sido ya etiquetados, y muchos ni siquiera lo sabemos.
Esa ingente cantidad de imágenes que generamos cada segundo puede y debe ser gestionada por los documentalistas gráficos, y de ello se ocupa este libro explicando sus funciones y la problemática derivada de las mismas: derechos, propiedad intelectual, buscadores, bancos de imágenes, recursos o valores patrimoniales.
La invención de la fotografía revolucionó la sociedad. De la idealización se pasó a la realidad y el impacto social fue extraordinario. La verdad se hizo palpable a través de la imagen y comenzaron a generarse millones de documentos para dejar constancia de los hechos. Desde que el adjetivo digital acompaña al término fotografía, se hace necesaria una redefinición: ¿Soporte? ¿Contenido? ¿Emulsión? ¿Fichero? Digamos que es –siempre lo ha sido-, un documento, un mensaje sobre un soporte. Susan Sontag la denominó “artefacto” (hecho con arte), eligiendo un sinónimo sonoro e impecable.
Esos cientos de millones de artefactos que se conservan en empresas, archivos, bibliotecas, museos y centros de documentación, y que se difunden cada segundo a través de las redes sociales son susceptibles de ser gestionados para su rentabilidad cultural y económica, y éste es el reto de los documentalistas gráficos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario